*Capítulo 6
Lo primero que escuché la
mañana después de mi pequeña “pelea” con Gale, fue una voz chillona y cantarina
diciéndome que en un par de horas estaríamos en el Capitolio, sin duda aquel no
fue un buen despertar. Al llegar al comedor incluso nuestra pelirrosa
acompañante se encontraba en silencio, cosa que era realmente extraña. –Buenos días a vosotros también- dije con
un claro sarcasmo mientras me sentaba en la mesa. El recuerdo de los labios de
Gale sobre mi mejilla estaba todavía latente y no pude evitar mirar al moreno
fijamente mientras que este parecía estar muy entretenido con el líquido marrón
que había en su taza, además el jodido había decidido terminar con la poca
salud mental que me quedaba al presentarse en el desayuno sin camiseta -¿Qué estás mirando rubita?- me mordí el
labio inferior posando mi vista en mi plato vacío. Noté como alguien suspiraba
y a continuación Effie decidió salir arrastrando a Haymitch consigo. “Te quiero
Effie” pensé en aquellos momentos.
POV Gale
No había podido dormir casi
nada, por lo que el hecho de que Effie me despertase tan sumamente temprano, no
era precisamente agradable. Lo poco que había dormido lo había hecho sin
camiseta, por lo que la pereza de tener que sacar una del armario para
ponérmela venció y me fui a desayunar sin ella. Cuando entré al comedor mi
mentor escupió lo que quisiese que se estuviese tomando al verme con las pintas
que llevaba –Vaya, creía que esa reacción
es más propia de una chica- dije riéndome mientras que Haymitch parecía
querer matarme con la mirada –Cállate y
ni se te ocurra abrir la boca, me duele la cabeza- me soltó fríamente –Y tú y yo tenemos que hablar.- añadió
mientras que Effie nos miraba confusa, aunque para que engañarnos, yo estaba
igual o más confusa que ella. Cogí una taza con un extraño líquido marrón, que
por lo visto se llamaba chocolate. De un momento a otro la puerta se abrió y no
me hizo falta levantar la vista de mi “interesantísimo” chocolate como para
saber que era Madge. Todavía me preguntaba como había sido capaz de besarla la
noche anterior, a ver, no vamos a montar un drama, que fue un beso en la
mejilla, pero el abrazo que la rubia me proporcionó consiguió que una ola de
calor se extendiese por todo mi cuerpo. Estaba tan concentrado en mis
pensamientos que tardé un rato en darme cuenta de que Madge me estaba mirando -¿Qué estás mirando rubita?- no sé que
era tan interesante como para que me mirase de esa manera. “Vas sin camiseta
genio” replicó una vocecita en mi cabeza. Al ver que no me contestaba levanté
la mirada topándome con una imagen que bien podría hacer perder la cabeza a
cualquiera. Madge se estaba mordiendo el labio de una manera jodidamente
provocativa y sus ojos verdes brillaban de una emoción que no pude distinguir.
Cuando fijó su vista en el plato suspiré sin saber muy bien por qué. Lo que si
supe en aquellos momentos es que nuestra “queridísima” acompañante había salido
dejándonos solos.
El hecho de estar en la misma
habitación que Madge a solas provocaba en mi una sensación que no podía
explicarme, y que se estuviese mordiendo el labio de ESA manera solo conseguía
hacer que quisiese besarla en esos momentos. ¿Me había fijado antes en la hija
del alcalde? Si, lo había hecho, llevo vendiéndole las fresas como cinco años,
y vamos al mismo instituto, también fuimos al mismo colegio así que conocerla
la conocía, la primera vez que la ví iba con un vestido amarillo con flores y
dos coletas, ese día no pude evitar pensar que era “la niña más guapa de este
mundo”, claro que a medida que fui creciendo empecé a enamorarme de Catnip,
aunque he de admitir que nunca me olvidé de Madge ni de que había sido la
primera chica que, por decirlo de alguna manera, me había gustado. –Bueno… Pues… Esto… Creo que…- la chica
de las fresas empezó a balbucear y sus mejillas se sonrojaron –¿Por qué tienes que ser tan jodidamente
perfecta?- si, lo dije en alto, sin pensar y sin darme cuenta de que Madge
seguramente lo había escuchado. Mis sospechas fueron confirmadas en el momento
en que ella levantó la cabeza con los ojos abiertos de par en par al igual que
la boca. Esbocé una pequeña sonrisa y tratando de imitar la voz de la chica que
tenía enfrente dije –Cierra la boca
Madge, que te van a entrar moscas- la rubia empezó a reírse como si no
hubiera un mañana, y pronto me contagió su risa. Cuando terminamos de reírnos
quería seguir escuchando esa risa que segundos atrás me había contagiado –Oye… solo por curiosidad… ¿tienes
cosquillas?- intenté sonar curioso pero no la engañé y se levantó de la
silla en la que estaba sentada para intentar salir del vagón. Pero
lamentablemente para ella, la puerta estaba más cerca de mí que de Madge, así
que solo tuve que dar un par de zancadas para colocarme delante de la salida.
Bufó sonoramente y antes de que pudiese decir nada ya la había cogido como un
saco de patatas. –Gale…- dijo en un
tono tan relajado que daba miedo- ¡Bájame!-
de repente se puso a darme golpes en la espalda pero no sentía nada. La tumbé
en un sofá, no seáis malpensados, y comenzaron las cosquillas. Su risa no tardó
en invadir la sala al igual que sus gritos pidiéndome que parase. Y lo hice, al
cabo de un rato paré para que pudiese recuperar el ritmo normal de su
respiración, pero al intentar levantarme tropecé, quedando a escasos
centímetros de la rubia. Mi respiración se agitó, mi ritmo cardíaco aumentó en
cuestión de milésimas de segundo, las manos de la rubia se posicionaron en mi
pecho desnudo –Gale…- susurró
mientras se mordía el labio de esa jodida forma. Y no pude evitarlo, empecé a
inclinarme, milímetros separaban mis labios de los suyos, sus manos se
encontraban ya acariciando mi nuca, mientras que mis brazos estaban a sus
costados para evitar aplastarla. Pegué mi anatomía a la suya sin llegar a dejar
caer el peso y justo en ese momento escuché la puerta cerrarse, haciendo que me
levantase de un salto. Haymitch estaba ahí parado con la boca abierta, había
tardado unos segundos en separarme de Madge por lo que no sabía cuánto había
visto el viejo. –Eh… Podéis seguir con lo
vuestro, que yo ya me iba- estaba claramente incómodo y salió de la
habitación corriendo. Sonreí ante la acción de Haymitch y cerrando la puerta me
giré hacia Madge y, cómo no, se estaba mordiendo el labio -¿Puedes dejar de hacerlo?- pude ver la confusión en su rostro,
pero es que si seguía haciéndolo iba a terminar volviéndome loco -¿Hacer el qué?- y ahí estaba otra vez,
el puñetero labio de las narices –Eso-
directo, pero no claro, la rubia levantó una ceja sin soltar el labio del
agarre de sus dientes –Repito ¿el qué?-
me acerqué a ella que se había levantado ya y rodeando su cintura con un brazo
pasé mi pulgar por su labio inferior haciendo que su boca quedase entreabierta
y lejos del agarre de esos blancos dientes. “Contrólate Gale, no pierdas la
cabeza” me dijo una cosa llamada conciencia, “Déjame en paz” le contesté. Y no
me resistí más, fundí mis labios con los de Madge, y ella no tardó en contestar
al beso pasando sus brazos por mi cuello y acariciándome la nuca sin ser
consciente de la de sensaciones que eso me producía. Poco a poco la intensidad
del beso fue aumentando y yo fui perdiendo la cabeza lentamente. Mis manos
recorrían cada centímetro de su espalda, mientras que las suyas seguían
acariciándome la nuca de una manera jodidamente perfecta. Nos separamos por la
falta de aire y me di cuenta de que sus ojos no eran completamente verdes, si no
que tenían ligeros toque de azul rodeando la pupila y que el verde era un verde
que me recordaba a los árboles más jóvenes del bosque, esos que tenían las
hojas más viejas de un verde intenso y que por el contrario las hojas nuevas
tenían un color verde manzana. También me percaté de que tenía ligeras pecas
muy claritas a lo largo de la nariz, y que tenías que acercarte mucho porque de
otra manera no eran visibles. O que se sonrojaba por cosas tan simples como que
juntases tu frente con la suya. Que el tacto de sus mejillas era suave cual
lana y su cuello era terso y te invitaba a besarlo con dulzura. Me di cuenta de
muchos rasgos de Madge en esa pausa, pero sin duda me di cuenta de que me
volvía loco, de que la molestaba porque necesitaba estar con ella, acercarme a
ella. Y caí en la cuenta. Yo, Gale Hawthorne, me había terminado enamorando de
la chica de las fresas… Madge Undersee.